Mi hermano y yo vivíamos en en Ixtlahuaca, una vez vinieron unos señores a decirnos que nuestra tierra era muy valiosa, que valía mucho dinero y que nos lo iban a dar si los dejábamos buscar lo que había abajo, en la milpa, donde sembramos. Como se veían buenas gentes los dejamos, además nos traían cosas de la ciudad, nos hacían mandados y favores. Una vez, cuando la hija de mi hermano se enfermó, nos llevaron al doctor, a una clínica grande, en la ciudad, en México. La verdad es que parecían buenas personas. Como mi hermano y yo nos quedamos con este pedazo de tierra que era de nuestro padre, pues entre los dos decidimos que no había problema en que buscaran, además ellos nos dijeron que no iban a mover nada, que nomás los dejáramos estar en un rincón del campo y que no nos iban a molestar ni a hacer ruido. Y sí, así le hicieron, iban y venían todos los días, pasaban, nos saludaban y nos traían las cosas que les habíamos encargado, se tomaban un café o un refresco, a veces mi mujer les daba un taco, platicaban un poco y luego se iban a su rincón. La verdad nunca fuimos a ver qué hacían allá, no nos gusta meternos en lo que no es nuestro y ellos tampoco nos contaron muy bien qué era lo que hacían, nomás veíamos que todos los días iban y venían, primero empezaron a venir una vez a la semana, luego más, dos o tres veces y luego vinieron mucho, casi todos los días. Después, un día, dejaron de venir. Así nomás. Después de un rato, a lo mejor una o dos semanas después que dejaron de venir, mi hermano y yo fuimos a ver la casita que habían alzado en el rincón del terreno. Era una casita como de tela gruesa, adentro se encerraba el calor y el aire olía raro, como a encerrado. En la tierra había un hoyo, parece que lo habían hecho con una pala, era profundo, mi hermano y yo cabíamos adentro parados los dos al mismo tiempo. No parecía que se hubieran llevado algo, ni la tierra ni las piedras ni nada, todo estaba ahí, amontonado a los lados del hoyo, las piedras que habían sacado mientras rascaban estaban metidas en unos como cajones de madera, habían unas grandes, otras menos grandes y otras chicas. Le digo, no se llevaron nada, todo estaba ahí. Mi hermano pensó que a lo mejor habían echado alguna cochinada por el hoyo, pero cuando nos metimos no vimos nada y no olía a nada y la tierra se sentía como tierra, nada le hicieron a la tierra. Fue cuando empecé a escuchar.
Al otro día de que nos metimos, fuimos a ver a mi tío que vive del otro lado del terreno, le fuimos a preguntar si él había visto algo en esos días, algo en la casita de tela, pero nos dijo que no, que él no vio nada más que cuando se fueron. Dijo que cuando los vio irse ese día, el último día que vinieron, se le figuró que ya no iban a volver, o sea que él ya sabía, se lo imaginaba. ¿Cómo es que se lo imaginaba usted? Le preguntamos, él nos dijo que él escuchó y luego vio cómo se salieron de la casa de tela y se fueron los dos apresurados, tranquilos, pero rápido.
Le digo, mi tío también escuchó, seguro escuchó lo que yo escuché cuando mi hermano y yo nos metimos en el hoyo, seguro es lo mismo que escucharon los señores, a lo mejor era lo que andaban buscando, a lo mejor es lo que vale mucho dinero. A lo mejor regresan y nos dan el dinero.
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