lunes, 6 de junio de 2005

Con una imagen de Borges en la que mira atónito el juego de luces en el techo, me despierto hoy y trato de encontrar el sentido de aquello que se retuerce en el fondo de cada una de las fotografías, de esos momentos congelados, de esa memoria estática: éxtasis. El éxito al que aspiramos como carne finita es a triunfar sobre la muerte, a persistir en la memoria, a que nuestro nombre siga sonando después de nuestra muerte, al recuerdo en la memoria del dios.
Dante, de la tierna y dulce mano de Virgilio, camina por el purgatorio observando la dureza de un dios indiferente al dolor de sus creaciones, Dante, parado en la eternidad del cielo-purgatorio-infierno, es parte de lo que ahora conoceríamos como una fotografía: un lugar atemporal, lo que para santa Teresa sería el éxtasis, lo que para Joyce el arte puro y es en esa eternidad dantesca que se nos es revelado un secreto tan profundo y deseado, tan cierto y tan temido: el sentido de la vida, un doliente sufridor, implórale que cuando regrese al mundo de los vivos –al mundo del tiempo finito –si le es posible, trate de revivir su nombre en la memoria de los que fueron sus familiares, sus amigos y aun en sus enemigos, para que él pueda entrar al “reino” a la presencia de Dios, al éxtasis, para ser parte de la memoria del universo.
Hace un par de años –el tiempo, siempre tan impreciso, yo platicaba con un buen amigo de estos mismos asuntos, el paraíso, el sentido de la vida, el tiempo y la muerte. ¿Por qué Dios? –fue una de las preguntas que nos hicimos ese día –¿por qué Dios necesita que lo adoremos, que le oficiemos misas, que le dirijamos ruegos y oraciones si él es Él? Y este contertulio amigo mío tuvo el buen tino de decir: porque Él somos nosotros, los hombres, porque Él es la memoria de la humanidad, porque Él deja de existir si nosotros lo olvidamos y con él, de paso, dejamos de existir nosotros: venimos a este mundo a perpetuar al Dios, al Padre, nosotros sus hijos, lo perpetuamos con nuestros ruegos y Él nos crea con sus desdén. Él es la memoria eterna/sin tiempo del hombre, del universo.
La visión de la eternidad; de la atemporalidad, de la inmovilidad, ha sido pensada y re-pensada en la historia registrada: el motor inmóvil de Aristóteles y de De Aquino y, llevado al terreno del arte, probablemente la visón más interesante de la inmovilidad es la de James Joyce que, vertida magistralmente en el universo ficcional de su Retrato nos deja ver una visión estético-filosófica de la eternidad, para él, hay dos tipos de arte: el puro y el impuro. El arte impuro es aquel que nos provoca algún movimiento del ánimo ya sea aversión o atracción, también lo llama arte cinético pero su visión del arte puro es aun más esclarecedora y completando la dicotomía nos explica que es todo ese arte que deja al ánimo paralizado, que no crea sentimiento alguno que no nos lleva a decir si algo nos gusta o no, es como el éxtasis mismo, el de Santa Teresa, el de San Sebastián: un lugar, un momento, sin espacio y sin tiempo donde no hay, donde se es pleno y al mismo tiempo se deja de ser, la conciencia.

miércoles, 1 de junio de 2005

rimas para bailar

La ciudad es muy parecida a un tambor:
suena, suena y lleva ritmo en el interior.
Todos los días nos enfrentamos a situaciones de las más diversas índoles –cosas de la vida, en fin – todas son diferentes-iguales en una dialéctica de de jávu, otras veces es mucho más parecida a una cinta que se descorre y se corre, sólo para regresar al punto de inicio al play infinito, al forward eterno, al tan familiar backward. Otras veces cuando andamos por la calle pedimos paz a nuestros pulmones y tratamos de vencer nuestras necesidades para poder ser no-hombres por un momento. Hay cosas tan frustrantes en la vida como la vida misma, nos pasamos toda la vida planeando qué vamos a hacer con nuestra vida, tratando de encausarla, de hacer algo con ella, temiendo no perderla sólo para que, al final de nuestras vidas, caigamos víctimas de una enfermedad derivada del exceso de cenas de microonda o por juntarnos con personas que fuman mucho o por una ridiculez como la culpa de alguien más. Afortunadamente –y esto lo digo sinceramente –hay canciones bonitas, canciones que llegado un momento en su evolución, hacen saltar las entrañas haciéndonos olvidar por un breve instante que vamos a morir. No es miedo, no es miedo a la muerte lo que tengo, es más bien molestia, hastío: quisiera quejarme con alguien por la conciencia que tengo de que me voy a morir. La vida sería mucho más fácil si ignoráramos que nos vamos a morir.