viernes, 27 de enero de 2012

¡Sea serio, joven! / El miedo

I.

Este blog se ha caracterizado por su falta de sistematicidad, de orden, de ubicación de temas centrales y en general de estilo. Y eso es cosa que, créanme ¡oh lectores esforzados! me tiene completamente sin cuidado.

El post de hoy está inspirado (más bien el título) en una de las grandes frases que decía una de mis profesoras de la licenciatura cuando alguno de los gañanes que solían ser mis compañeros hacían una gracejada: ¡Sea serio, joven!

Pero esto viene al caso porque el post de hoy (no es que los otros no lo fueran) tiene la intención de ser serio. En fin, ahí va.

II.


¿Qué pasaría con nosotros si perdiéramos el miedo a los asaltos, a las enfermedades, a perder a algún ser querido, a la muerte? Como si un día nos despertáramos y nos diéramos cuenta de la finitud de la vida, de lo poco duradera que será nuestra memoria y, en general, de lo poco importantes que somos en el gran esquema cósmico. Afortunadamente no es así y, afortunadamente, tenemos miedo. Siempre.

     Ya se sabe, se ha dicho una y otra vez en diversas formas y por una cantidad ingente de personas que el miedo rige. Si el miedo no formara parte de nuestra dotación de humanidad (o en general de ser vivo) no seríamos capaces de mantener nuestra propia vida intacta y, mucho menos, la vida de otros. Seríamos, como se dice, inexistentes.

     Tampoco es que el miedo sea una constante del tiempo consciente y de vigilia, más bien pareciera ser que el miedo es una latencia del sueño y la inconsciencia y como tal, parece cumplir su función de manera adecuada: nos regula, evita que seamos osados de manera extrema (incluso los retadores del peligro o los que practican deportes extremos están supeditados al miedo propio o de otros, pues siempre usan líneas de seguridad, arneses, cascos, etcétera). No parece plausible imaginar a una especie sin miedo, entendido como un factor regulador de la conducta que incluye la precaución, la posibilidad de detectar el peligro, de huir o, incluso, de combatir.

     El miedo, como lo hemos presentado, del mismo modo que otras estructuras del pensamiento que típicamente no son accesibles al componente consciente del mismo, es susceptible de ser racionalizado, traído a la consciencia y, de esta manera, puede provocar comportamientos que estén basados exclusivamente en su propia consideración: habría pues una tendencia exponenciada a evaluar los resultados adversos de una acción, se detectaría peligro en cada actividad, se tendría una tendencia exagerada a huir o bien, a combatir. No es cosa simple, por lo tanto, que una persona sea consciente constantemente de su propio miedo (que no de sus miedos).

    Es un hecho evidente que el miedo puede y es manipulado con diversos objetivos y efectos: una madre le dice a su hijo que no suba las escalera porque un personaje odioso aparecerá y se lo llevará, un profesor puede enunciar a sus alumnos la serie de consecuencias funestas derivadas de no hacer las lecturas o entregar los ensayos requeridos para la clase o bien, el presidente de un país puede enumerar a su población la serie de peligros que los rodean y de los cuales, deben ser protegidos. En todos los casos vemos que la estrategia (con diferentes objetivos) es la misma: x hace ver a y los peligros de los que puede ser objeto. Cuando x hace esto está activando en y la capacidad que éste  tiene para ser consciente de su miedo, la capacidad que tiene para calcular el peligro, la capacidad que tiene para restringir su conducta y, en última instancia, la pulsión por conservar la integridad y salvar la vida.   

     Finalmente, para volver al inicio y responder aquella pregunta, la respuesta es sencilla pero no del todo evidente: si perdiéramos el miedo dejaríamos de existir, simplemente porque seríamos incapaces de conservar la integridad y salvar la vida; por otro lado, el miedo consciente provocado por el plan de x (padres, instituciones o gobiernos e incluso nosotros mismos) es, sin duda alguna, fuente de serias dificultades para la búsqueda de experiencias de cualquier tipo. Vale la pena, creo, ser capaces de reconocer aquel miedo que nos es externo, evaluarlo y considerar si vale la pena (en la medida que nos permite o no conservar la integridad y la vida) retenerlo, desecharlo o reestructurarlo o si, por otro lado, responde a las necesidades que alguien más, en nuestro detrimento, se ha planteado para su beneficio. 

martes, 10 de enero de 2012

Tres de rigor, y los regaños.

Me rehuso a la idea de que este blog se convierta en un recuento anual de pesares y una evaluación de medio año de los 'logros y limitaciones' de los objetivos del inicio del año. Por eso ni voy a 'disculparme, oh lectores, por no haber escrito en tanto tiempo'.

Lo que si voy a decir ¿por qué negarlo? Es que debo aceptar que el año pasado ha estado muy pesado, por lo menos desde un punto de vista solipsista: ha habido muchas cosas con las que me he pelado, principalmente, con mi propia forma de afrontar la vida, de asumir 'mi profesión'; he tenido que tomar ciertas decisiones de corte que a nadie le interesan, pero que a mí, literalmente, no me dejan dormir, me he peleado, más importante, con mi blog y con la 'escritura fluente y sencilla'. Lo mismo que mi forma de hablar todos los días.

I.

El otro día, hace como un mes, estaba en el intermedio para la taquiza con algunos de mis compañeros de maestría ¿no? Entonces estaba platicándole a una compañera una idea que tenía (tengo) para un trabajo. Juro por la luz de las galaxias distantes que no tenía consciencia de 'cómo estaba hablando', el caso es que otra persona que estaba cerca de nosotros y, en consecuencia estaba escuchando sin querer, me dijo: "¡habla bien!" Lo sentí como uno de esos regaños que te da tu madre cuando estás en la mesa y accidentalmente le pegas a la cuchara y la sopa sale volando hasta la cara de tu tía o cuando, en el kinder (eso era antes, creo que ahora a los niños los dejan hacer cualquier atrocidad), la maestra te regañaba y te mandaba a dar una vuelta al patio por escupirle al jugo de tu cumpañera. ¿ya saben? Esos regaños que uno se gana sin saber exactamente qué fue lo que hizo mal. En resumen: no sé a qué se refería, tengo una idea, pero no estoy seguro. Lo que me lleva a lo siguente.

II.

Tengo la sensación de que cada ve tengo menos cosas de que hablar, el otro día alguien en un twitt (@palabrante) lo resumió de una manera que me parece excelente para el caso:

" En esta vida nada es peor que tener que estudiar tanto."

Y no se confundan, lectores, no me refiero a ese estudiar álgebra para el examen de segundo de prepa, a ése estudiar para el examen de estadística o ése estudiar memorístico de fechas y recuerdo colectivos. En verdad, como cualquier otra actividad, cuando es tomada en serio, estudiar efectivamente nos aleja un poquito de otras cosas aparentemente más sencillas. El caso es que este fin de año pude darme cuenta de que, en reuniones con diferentes personajes (unos bien conocidos y otros nuevos), hay cada vez menos cosas de las que puedo hablar. Tampoco se confundan, no quiero llegar a "bla, bla, bla, estudiar es una tragedia que estoy dispuesto a sufrir por el bienestar de la humanidad en su totalidad y bla, bla, bla." Nel, no soy ése, la verdad es que, de todos modos, no puedo ver mi vida de otra manera en este momento.

III.

He llegado a la conclusión de que, nada de lo que haga me hace mejor que nada.

Y que la vida de uno se mide en función de capítulos de Los Simpsons, pero eso ya lo sabíamos.