viernes, 28 de septiembre de 2012

La sextuitera improvisada o el cualquierismo en el mundo virtual-digital-paralelo

Últimamente me he dado cuenta de que el mundo me cae peor que nunca. (Si fuera un escritor talentoso, diría que esa es una buena frase para comenzar una novela y aunque no lo fuera [no lo soy], creo que es una buena frase para comenzar un post. 

A ver, no nos confundamos, de por sí creo que el mundo es un tropos (por usar una expresión cara a los semiotistas) cuyas condiciones siempre resultan en una linea temporal dictatorial. Así es el mundo: dictatorial, autocrático y tiránico (tal vez por eso los gobiernos 'occidentales' tienen tanto miedo de los 'dictadores' del medio-oriente). En fin: el mundo siempre me ha caído mal, entonces ¿qué podría provocar que hiciera una afirmación como la que inicia el post? Es muy sencillo: yo tolero cada vez menos. 

Esta semana tuve la conciencia de que mi twitter estaba lleno de mensajes que reflejaban, siempre, algún tipo de inconformidad que iban desde cosas tan cotidianas como bebés llorando en el transporte público hasta los manejos indecentes de la política electoral. Para referencia cfr. https://twitter.com/RenatoGaGo  . El asunto es ¿qué podría estarme poniendo de tan mal humor? Es decir, si el mundo ha sido básicamente la misma cantaleta desde, por lo menos, que la humanidad ha tenido manera de documentar(se) a sí misma. Hay varias posibilidades: desde 'la edad adulta' (de la cual ya no tengo forma de escapar), o las (recientemente adquiridas) obligaciones laborales hasta la evidencia de que ya no estoy haciendo (necesariamente) lo que quiero como había sido los dos últimos años. 

Pensé en todas las posibilidades, era un hecho que mi humor no era el mejor, así que algo debería estar pasando para que eso sucediera; es decir, soy tan socialmente funcional o disfuncional como cualquiera: no soy un ermitaño, pero tampoco caigo bien en todas las fiestas (pero igual invítenme). Me di cuenta, después de mucho pensar, que la verdadera causa de mi malestar era la flasedad del mundo virtual-digital-paralelo' [VDP]. Y no me refiero necesariamente a los mensajes en muro de facebook el día de tu cumpleaños cuando nadie, de no ser por eso, lo recordaría, no, me refiero más bien a que el conocimiento se ha abaratado tanto que una suerte de 'explosión de eruditos' ha tenido lugar en ese mundo paralelo: todos son expertos en todo, todos son talentosísimos, cualquiera con un teléfono con cámara es capaz de hacer arte, cualquiera que tenga tiempo de rebloggear muchos blogs o tumblrs es capaz de montar una exposición vía streaming o cualquiera puede lograr monetizar su vida. Cualquiera.

No se confunda, atribulado lector, no es esto un manifiesto anti-masificación de la cultura y/o la información, al contrario. Las posibilidades de este mundo virtual-digital-paralelo son tan bastas que cualquiera puede gozar de las más diversas manifestaciones de arte, la cultura y del ARTE y la CULTURA. Eso está per-fec-tou. Lo que quiero dejar claro (y que finalmente es mi opinión) es que este cualquierismo al cual estamos expuestos en el mundo VDP ha logrado lo mismo que logra una risotada estridente y repetitiva en el bar o una tos molesta en la iglesia o un cuchicheo en la conferencia o el borracho imprudente (porque los hay divertidos) de la fiesta o la línea rosa del metro a las 19:00 o una cemita sin pápalo: una incomodidad profunda.


En fin, en fin. 

Nada es para siempre, nada es realmente posesión nuestra.   




viernes, 27 de enero de 2012

¡Sea serio, joven! / El miedo

I.

Este blog se ha caracterizado por su falta de sistematicidad, de orden, de ubicación de temas centrales y en general de estilo. Y eso es cosa que, créanme ¡oh lectores esforzados! me tiene completamente sin cuidado.

El post de hoy está inspirado (más bien el título) en una de las grandes frases que decía una de mis profesoras de la licenciatura cuando alguno de los gañanes que solían ser mis compañeros hacían una gracejada: ¡Sea serio, joven!

Pero esto viene al caso porque el post de hoy (no es que los otros no lo fueran) tiene la intención de ser serio. En fin, ahí va.

II.


¿Qué pasaría con nosotros si perdiéramos el miedo a los asaltos, a las enfermedades, a perder a algún ser querido, a la muerte? Como si un día nos despertáramos y nos diéramos cuenta de la finitud de la vida, de lo poco duradera que será nuestra memoria y, en general, de lo poco importantes que somos en el gran esquema cósmico. Afortunadamente no es así y, afortunadamente, tenemos miedo. Siempre.

     Ya se sabe, se ha dicho una y otra vez en diversas formas y por una cantidad ingente de personas que el miedo rige. Si el miedo no formara parte de nuestra dotación de humanidad (o en general de ser vivo) no seríamos capaces de mantener nuestra propia vida intacta y, mucho menos, la vida de otros. Seríamos, como se dice, inexistentes.

     Tampoco es que el miedo sea una constante del tiempo consciente y de vigilia, más bien pareciera ser que el miedo es una latencia del sueño y la inconsciencia y como tal, parece cumplir su función de manera adecuada: nos regula, evita que seamos osados de manera extrema (incluso los retadores del peligro o los que practican deportes extremos están supeditados al miedo propio o de otros, pues siempre usan líneas de seguridad, arneses, cascos, etcétera). No parece plausible imaginar a una especie sin miedo, entendido como un factor regulador de la conducta que incluye la precaución, la posibilidad de detectar el peligro, de huir o, incluso, de combatir.

     El miedo, como lo hemos presentado, del mismo modo que otras estructuras del pensamiento que típicamente no son accesibles al componente consciente del mismo, es susceptible de ser racionalizado, traído a la consciencia y, de esta manera, puede provocar comportamientos que estén basados exclusivamente en su propia consideración: habría pues una tendencia exponenciada a evaluar los resultados adversos de una acción, se detectaría peligro en cada actividad, se tendría una tendencia exagerada a huir o bien, a combatir. No es cosa simple, por lo tanto, que una persona sea consciente constantemente de su propio miedo (que no de sus miedos).

    Es un hecho evidente que el miedo puede y es manipulado con diversos objetivos y efectos: una madre le dice a su hijo que no suba las escalera porque un personaje odioso aparecerá y se lo llevará, un profesor puede enunciar a sus alumnos la serie de consecuencias funestas derivadas de no hacer las lecturas o entregar los ensayos requeridos para la clase o bien, el presidente de un país puede enumerar a su población la serie de peligros que los rodean y de los cuales, deben ser protegidos. En todos los casos vemos que la estrategia (con diferentes objetivos) es la misma: x hace ver a y los peligros de los que puede ser objeto. Cuando x hace esto está activando en y la capacidad que éste  tiene para ser consciente de su miedo, la capacidad que tiene para calcular el peligro, la capacidad que tiene para restringir su conducta y, en última instancia, la pulsión por conservar la integridad y salvar la vida.   

     Finalmente, para volver al inicio y responder aquella pregunta, la respuesta es sencilla pero no del todo evidente: si perdiéramos el miedo dejaríamos de existir, simplemente porque seríamos incapaces de conservar la integridad y salvar la vida; por otro lado, el miedo consciente provocado por el plan de x (padres, instituciones o gobiernos e incluso nosotros mismos) es, sin duda alguna, fuente de serias dificultades para la búsqueda de experiencias de cualquier tipo. Vale la pena, creo, ser capaces de reconocer aquel miedo que nos es externo, evaluarlo y considerar si vale la pena (en la medida que nos permite o no conservar la integridad y la vida) retenerlo, desecharlo o reestructurarlo o si, por otro lado, responde a las necesidades que alguien más, en nuestro detrimento, se ha planteado para su beneficio. 

martes, 10 de enero de 2012

Tres de rigor, y los regaños.

Me rehuso a la idea de que este blog se convierta en un recuento anual de pesares y una evaluación de medio año de los 'logros y limitaciones' de los objetivos del inicio del año. Por eso ni voy a 'disculparme, oh lectores, por no haber escrito en tanto tiempo'.

Lo que si voy a decir ¿por qué negarlo? Es que debo aceptar que el año pasado ha estado muy pesado, por lo menos desde un punto de vista solipsista: ha habido muchas cosas con las que me he pelado, principalmente, con mi propia forma de afrontar la vida, de asumir 'mi profesión'; he tenido que tomar ciertas decisiones de corte que a nadie le interesan, pero que a mí, literalmente, no me dejan dormir, me he peleado, más importante, con mi blog y con la 'escritura fluente y sencilla'. Lo mismo que mi forma de hablar todos los días.

I.

El otro día, hace como un mes, estaba en el intermedio para la taquiza con algunos de mis compañeros de maestría ¿no? Entonces estaba platicándole a una compañera una idea que tenía (tengo) para un trabajo. Juro por la luz de las galaxias distantes que no tenía consciencia de 'cómo estaba hablando', el caso es que otra persona que estaba cerca de nosotros y, en consecuencia estaba escuchando sin querer, me dijo: "¡habla bien!" Lo sentí como uno de esos regaños que te da tu madre cuando estás en la mesa y accidentalmente le pegas a la cuchara y la sopa sale volando hasta la cara de tu tía o cuando, en el kinder (eso era antes, creo que ahora a los niños los dejan hacer cualquier atrocidad), la maestra te regañaba y te mandaba a dar una vuelta al patio por escupirle al jugo de tu cumpañera. ¿ya saben? Esos regaños que uno se gana sin saber exactamente qué fue lo que hizo mal. En resumen: no sé a qué se refería, tengo una idea, pero no estoy seguro. Lo que me lleva a lo siguente.

II.

Tengo la sensación de que cada ve tengo menos cosas de que hablar, el otro día alguien en un twitt (@palabrante) lo resumió de una manera que me parece excelente para el caso:

" En esta vida nada es peor que tener que estudiar tanto."

Y no se confundan, lectores, no me refiero a ese estudiar álgebra para el examen de segundo de prepa, a ése estudiar para el examen de estadística o ése estudiar memorístico de fechas y recuerdo colectivos. En verdad, como cualquier otra actividad, cuando es tomada en serio, estudiar efectivamente nos aleja un poquito de otras cosas aparentemente más sencillas. El caso es que este fin de año pude darme cuenta de que, en reuniones con diferentes personajes (unos bien conocidos y otros nuevos), hay cada vez menos cosas de las que puedo hablar. Tampoco se confundan, no quiero llegar a "bla, bla, bla, estudiar es una tragedia que estoy dispuesto a sufrir por el bienestar de la humanidad en su totalidad y bla, bla, bla." Nel, no soy ése, la verdad es que, de todos modos, no puedo ver mi vida de otra manera en este momento.

III.

He llegado a la conclusión de que, nada de lo que haga me hace mejor que nada.

Y que la vida de uno se mide en función de capítulos de Los Simpsons, pero eso ya lo sabíamos.