miércoles, 1 de junio de 2005

Todos los días nos enfrentamos a situaciones de las más diversas índoles –cosas de la vida, en fin – todas son diferentes-iguales en una dialéctica de de jávu, otras veces es mucho más parecida a una cinta que se descorre y se corre, sólo para regresar al punto de inicio al play infinito, al forward eterno, al tan familiar backward. Otras veces cuando andamos por la calle pedimos paz a nuestros pulmones y tratamos de vencer nuestras necesidades para poder ser no-hombres por un momento. Hay cosas tan frustrantes en la vida como la vida misma, nos pasamos toda la vida planeando qué vamos a hacer con nuestra vida, tratando de encausarla, de hacer algo con ella, temiendo no perderla sólo para que, al final de nuestras vidas, caigamos víctimas de una enfermedad derivada del exceso de cenas de microonda o por juntarnos con personas que fuman mucho o por una ridiculez como la culpa de alguien más. Afortunadamente –y esto lo digo sinceramente –hay canciones bonitas, canciones que llegado un momento en su evolución, hacen saltar las entrañas haciéndonos olvidar por un breve instante que vamos a morir. No es miedo, no es miedo a la muerte lo que tengo, es más bien molestia, hastío: quisiera quejarme con alguien por la conciencia que tengo de que me voy a morir. La vida sería mucho más fácil si ignoráramos que nos vamos a morir.

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