Me parece haber escuchado en algún punto de mi vida que el tiempo de que uno ocupa en el sueño -esto es, en dormir -está en proporción directa con el riesgo que esa persona tiene a deprimirse o a sufrir algún trastorno del ánimo. A menudo me pregunto, debido a esta información ¿si un trastorno de ánimo es ser feliz? La gente de nuestros tiempos usualmete relaciona la flojera, el ocio y la inactividad -por extensión el sueño -con la improductividad, con la despreocupación y hasta con la depresión. ¿Acaso hay que moverse de aquí para allá, hacer ejercicio tres veces por semana, ser devoto del trabajo en la oficina -o donde sea que ese sea -vivir y dormir para él, olvidarse de dormir y vivir por el placer de hacer, para ser feliz? Creo sinceramente que esta visión del mundo está matando el sueño -no interpretar esto como 'La vida debería ser sueño' -y nos priva de disfrutar ir a la cama para dormir y de ir a la cama para disfrutar.
Para mí el momento más feliz en la individualidad de mi día, es ese exacto instante en el que apago la luz y mis pupilas tratan de ajustarse a las nuevas condiciones de iluminación, cuando la oscuridad es total, cuando meto la cabeza abajo de la almohada y me cubro todo con la colcha. Cuando tengo los ojos abiertos pero no es fácil decir si están cerrados o abiertos. Y entonces, comienzo a soñar. A disfrutar esa cómoda oscuridad, a disfrutar de mis pensamientos y olvidarme que fuera de mi almohada y colcha hay otras personas. No me importan en ese instante.
Viva el sueño, viva la individualidad. Albricias por aquellos que lo disfrutan, albricias por mí.
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