Su nombre es Beatriz y tiene miedo de la mar. Cuando era niña sus padres decidieron hacer un viaje a las playas de Acapulco, tenían la idea de que a Beatriz, de cuatro años, quedaría encantada con las olas, el sol y la arena. Sin duda el viaje marcó su vida, sin duda aquellas vacaciones, las primeras en su vida, serían las que recordará hasta el fin de sus días. Llegaron al estado de Guerrero en avión, un viaje de Aeromexico, desde el Distrito Federal, más un breve recorrido en autobús, hasta un hotel con vista al mar atestado de turistas rojísimos por la sobreexposición al sol, sumaron un total de dos horas con todo y retrasos.
Al llegar al hotel, Beatriz estaba confundida y nerviosa entre tanta gente, de alguna manera sabía que algo no estaba bien. No sabía por qué, pero su piel se sentía extraña, demasiado húmeda, sus ojos resentían mucho más la luz del sol reflejada en el mármol lustrosísimo del lobbie. Su madre y ella se internaron en el baño de la planta baja mientras su papá confirmaba las reservaciones y se encargaba de que todo estuviera en orden. Beatriz no quitaba la mirada de su padre mientras se alejaban y perdían entre maletas, bultos y ¨güeros que hablaban como ladridos de perro". No Bety, no ladran, hablan otro idioma, explicaba su mamá mientras le cambiaba el pantalón por unas bermudas azul turquesa y sus zapatos por unas sandalias en uno de los cubículos del baño de mujeres. ¿Y ellos entienden lo que nosotras decimos? Preguntaba Beatriz Puede ser que algunos, pero otros no. Terminó por decir su mamá. Salieron del baño, regresaron al lobbie. La recepcionista les informó que su esposo había ido ya a la habitación y que pidió que lo alcanzaran en cuanto pudieran. Beatriz miró las palmeras y el cielo azulísimo a través de la gran puerta de cristal del hotel. Se encaminaron hacia el elevador, su mamá picó el botón de flecha abajo y esperaron un momento. El elevador se abrió dejando salir un alud de gente, Beatriz se escondió trás su madre y luego entraron, con ellas un montón de gente entró también. Pasaron por el primer piso, bajo algo de gente, pasaron por el segudno y nadie bajo, finalmente llegaron al tercero y bajaron. Buscaro la habitación 320. Empezaron a caminar por un largo corredor con muchas puertas. ¿Qué hacemos aquí mamá? ¿Dónde está mi papá? Preguntó Beatriz. Esto es un hotel ¿recuerdas que te hablé de ellos? Aquí vamos a dormir unos días y tú papá está en nuestro cuarto. El pasillo le parecía larguísimo, caminaron y por fin llegaron a su habitación. La puerta estaba entre abierta. Entraron. Beatriz empezó a husmear con desconfianza. De una puerta cerrada se escuchaba el ruido de la regadera. Beatriz se paró frente a la puerta de entrada, frente a sí había un ventanal grande con cortinas blancas batidas al viento y a través de ello podía mirar el mar, tan azul, el sol entraba con tal intensidad que era necesario entre cerrar los ojos para no quedar ciego. Beatriz miraba el horizonte de azules en competencia cuando escuchó la voz de su madre ¿te gusta? Beatriz asintió con la cabeza sin decir palabra. Te lo regalo. Voy por él. Vio a su madre ser tragada por el azul del mar y escuchó los ladridos nuevamente.
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