Nunca hube amado tanto en la vida como te amé a ti o como me amo a mí mismo. Nunca sentí tantos deseos de correr trás de alguien para acercarme a su fragancia, para sentir sus cabellos y tomar su cintura. Pero ella, rebosante de juventud, de bríos y pujante por la vida me provoca hacerlo, se desviste al caminar, hace el amor con el aire que la rodea y sufre con el sol que le quema los hombros. Se puede adivinar que está saliendo ya de la adolesencia, su mirada comienza a tener la malicia característica de las mujeres a partir de cierto momento de sus vidas, aunque conserva el brillo casi infantil de la etapa anterior. Realmente sólo muy poco. El vaivén de sus caderas anuncia su conocimiento de las capacidades femeninas, anuncia su experiencia -talvez mayor a la mía -en la satisfacción de los instintos.
Habían pasado un par de años talvez, la tumba de su mujer se comenzaba a curbir con esas plantas verdes de hojas carnosas -realmente asquerosas - y la memoria cada vez se tenía que hacer asistir por fotografías y videos.
Uno siempre está mal ubicado en la vida, siempre se es demasiado joven para algo y demasiado viejo para otra cosa. Recuerdo cuando tenía diez y siete años, era demasiado joven para vivir solo y demasiado viejo para seguir viviendo con mis padres. Un par de años más tarde era demasiado viejo para seguir viviendo en el mismo país, pero demasiado joven para salir por mi cuenta. Ahora soy demasiado viejo para ti y demasiado joven para morir.
Mi vejez me impide lograr un par de cosas... ¿Qué somos? Sino un montón de tejidos con conciencia. Sino trozos de carne que caminan y se preocupan por lo que pueda ocurrir mañana. Hay quienes, a decir verdad, no se preocupan demasiado.
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