miércoles, 20 de julio de 2005

verdades

1. La pasión es una pausa en la razón
2. Los sentimientos son racionalizaciones de los instintos.

lunes, 18 de julio de 2005

María José

Hay cosas pequeñas en la vida, cosas que hago en la intimidad, casi en secreto. Hay veces que creo que algo está mal conmigo pero ¿qué puede haber de mal con algo que me agrade tanto? Hay veces en que logro concentrarme por más de tres horas en alguna cosa, hay veces que no recuerdo más después de estar pensando en algo, hay veces que no sé dónde estoy. Un día, por accidente, me corte el brazo, me dolió un poco al principio, pero después, al ver el rojo intensísimo de mi sangre, símplemente no pude dejar de verla fluir, no pude sino dejarme seducir por su lento discurrir, no pude sino pensar en las tardes rojas atrapadas detrás del volcán; la sentía andar mi piel hasta caer en una gota gorda desde mi pulgar. La sangre tiene ese poder de seducirnos, por eso, desde ese día, decidí que sería médico.

Aun hoy, hay días enteros en que no pienso más que en el atardecer, que paso horas encerrada en mi consultorio cuando no llega nadie, aun hoy, cuando mis hijos me piden ayuda con su tarea y no los escucho, pienso en el rojo de aquel día, aun hoy, muy de vez en cuando, lo juro, me encierro en el baño y me hago una pequeña cortada en el mismo lugar, sólo para ver el atardecer fluir desde mi brazo.

lunes, 11 de julio de 2005

Vespertina

Siempre es bastante curioso ver las cosas que suceden todo el tiempo, es curioso verlas y no notar nada en ellas, no ver que son síntomas, no darnos cuenta que las cosas nos dicen más de lo que "son". Hoy caminé bastante por el centro de la ciudad de Puebla, el sol brillaba (¿han notado cómo brilla últimamente el sol? ¿o sólo lo he notado yo?), las nubes a la orilla de la bóveda celeste, se acercaban, se veían pesadas y oscuras, el volcán se cubría entre ellas y los turistas no paraban de caminar, comer, fumar y ver através de sus lentes para sol. Recorrí muchas calles, pise muchas lajas del piso, crucé un buen número de calles y estuve atento a igual número de semáforos, caminé, mirando el rostro de la gente, es algo que comunmente uno no hace, es algo que en realidad tiene muy poca trascendencia, pero yo lo hice por un periodo muy prolongado. Uno se puede dar cuenta de algunos de los humores de las personas; los que miran hacia abajo, pensando en cosa más importante, preocupados, deprimidos, los que lo miran a uno de reojo, mujeres principalmente, esperando algo, no se sabe qué, los que andan distraídamente por ahí, mirando aparadores, no pensando en nada en realidad. Llegó un momento en que decidí que iba a sonreírles a todas las personas, a ver qué sucedía. Me detuve junto a una mini-van estacionada y ensayé mi sonrisa: tenía que verse amable, pero no provocadora, leve, pero no forzada, cordial y tierna (todos podemos hacer tal sonrisa). Después de intentarla algunas veces, di con la adecuada, cumplía con todo, hasta me daban más ganas de sonreír de sólo verme sonreír. Empecé la andanza una vez más, una señora: no me vió, un anciano: demasiado cansado para levantar la cara, un niño: incapaz de entender mi actividad, una muchacha: creyó que era un enfermo o un depravado y volteó el rostro inmediatamente. Parecía que ese era el resultado común, nadie me sonreía, todos tenían una buena excusa para no hacerlo. No sé cuántas personas vi hoy (normalmente las cuento), no sé a cuántas intenté sonreírles, pero sí sé que tristemente fueron muchas. Estaba sorprendido, desconcertado, pero aun mantenía mi sonrisa, sonreía mientras pensaba en los resultados del experimento, en la estadística y en las posibles causas de tan tristes resultados. Me dirigía a la ocho poniente y siete norte, esquina e que tomaría mi transporte, crucé por el mercado La Victoria, siempre con mi sonrisa me vieron: el muchacho gay de las joyas, la señorita de las promociones de celulares, el guardía de seguridad y el chavo que da crédito en las máquinitas, de todos ellos sólo el guardia de seguridad me sonrió "buenas, joven" me dijo, mientras veía a una niña que corría sobre la placa dorada de las coordenadas exactas del lugar. ¿Sería esa la diferencia con todos las demás personas? Él, llevaba un arma, tenía la potestad para usar la fuerza prácticamente con quien quisiera, su día era tan o más cansado que todos los demás, pero estaba viendo a una niña correr, girar, gritar, reír, todo, sin razón alguna.

miércoles, 6 de julio de 2005

sin título

Después de un largo rato de tener el cerebro tapado -¿razones? Realmente un misterio -hoy me siento de humor para escribir y no sé qué tan conveniente sea decir -o incluso pensar -tal cosa. ¿Es acaso el escribir una cosa de inspiración, de "cómo me sienta hoy"? Para mí, la respuesta es no. Así de simple. Sin embargo me enfrento a los hechos, a la experiencia sensible: "hoy me siento de humor para escribir". Qué contradictorio, pero me consuelo a mí mismo pensando que el ser humano es así, contradictorio.

Y bueno, hoy que me siento de humor para escribir, en realidad estoy usando la función más primitiva de la escritura, esta función básica y un poco tristemente denigrante de la escritura: la de vaciado de los sentimientos o de los pensamientos más bien dicho. Sí, en realidad no me interesa tanto lo que pueda decir lo que escribo o aquello que pueda entender aquel que llegue a leer esto, en verdad no y por lo regular estoy pensando siempre enq ue lo que escribo se entienda precisamente lo que quiero decir, pero hoy no, hoy símplemente estoy de humor para escribir y ya me di cuenta que no precisamente tengo el cerebro destapado, igual puede estar tapado -de hecho lo está -y he ahí un gravísimo problema, pienso: "¿qué tal que mucha gente que "escirbe" lo hace de la misma manera que lo hago yo ahora? Sin importarles lo que escriben, lo que se entiende de sus textos o incluso si en verdad están diciendo algo o símplemente vaciando sus sentimientos o, más bien dicho, sus pensamientos, sólo porque se sienten de humor para hacerlo." Supongo que eso en verdad pasa y es por eso que nos enfrentamos a textos inenteligibles que se refugian en el manifiesto de alguna "vanguardia" sacada del cesto de su ropa sucia. Ese es, creo, un gravísimo -¿ya lo dije? -problema de la literatura actual. Deberíamos recapacitar. ¡Pero qué digo yo! Si hoy sólo escribo porque me siento con ganas de hacerlo.